Las sobrecargas sensoriales: una explicación por fases
Aviso: la explicación es bastante gráfica. Si sufres sobrecargas, este texto te puede llevar a revivir la situación. Es duro de leer, y si no puedes seguir, no pasa nada.
Lo primero que digo cuando intento explicar las sobrecargas sensoriales es que no son sucesos aislados, son un proceso. Aquí, hablo únicamente de mi experiencia. Otras personas lo vivirán de forma distinta, o usarán la misma terminología para conceptos distintos.
Cabe notar que los autistas no somos los únicos que sufrimos sobrecargas sensoriales, si bien su intensidad puede tener un umbral muy alto en nuestro caso. Otras condiciones propensas a las sobrecargas pueden ser el Transtorno de Estrés Post-Traumático, que, ojo, tiene una prevalencia del 6.8% en la población general y el TDAH. Mi hermana (no es autista, y no voy a compartir sus diagnósticos) tuvo hace meses una sobrecarga que llegó a fase dos, que esplicaré más adelante. Cualquier persona los puede tener, pero es algo muy inusual.
Las sobrecargas son complejas, y nos falta vocabulario para expresar sus matices. No existe una palabra, por ejemplo, para definir la sensación de presión intracraneal creciente que yo y otros autistas sentimos durante la sobrecarga. Este recuento no intenta ser lo más completo posible, pero presenta nuevos conceptos con los que comunicarnos.
Las sobrecargas no las sufro espontáneamente: convivo en un estado constante de tensión (actualizo el 2025: estoy mucho mejor! El 2023 entré en un agotamiento autista muy bestia, y me pasava el día en la cuerda floja de las sobrecargas. Ya no, ahora lo gestiono muchísimo mejor, pero he tardado año y medio).
De las sobrecargas, recientemente he identificado varias fases. Unas duran horas, otras son explosiones que duran minutos, y las hay que duran días o llegan a durar semanas.
La primera fase la llamo "de alerta". He aprendido a identificar todas las fases, pero antes de aprender, en esta fase yo sentía que había algo que no cuadraba en mi entorno. Una pequeña molestia, una suspicacia. Podía ignorarlo, pero me sentía nervioso.
Mi cuerpo ya sabe lo que va a pasar mucho antes de que yo piense "oh no, esto mi cerebro no lo va a poder gestionar". Estamos hablando de situaciones diarias, como estar tranquilo con amigos, ir por la calle de un pueblo, o ir a la panadería.
La segunda fase la llamo "de irritación". No de "estar irritado", más bien de "tener algo irritado". Como un zapato que te roza, al principio molesta y al final se vuelve insoportable.
Los estímulos empiezan a molestar. Cualquier estímulo se vuelve más intenso: la luz del sol es mas intensa, me pica la piel, los sonidos se vuelven ofensivos, más por la cantidad de información que recibo que por la intensidad. Noto más cosas, como los patrones de las baldosas, sonidos distantes, los rayos de sol que pasan entre las hojas de los arboles, mis dedos de los pies. Me cuesta un poco hablar, y pensar, y recordar. Si alguien me habla, parezco despistado, y me cuesta seguir conversaciones, pero externamente no se nota mucho. Aunque lo paso mal, lo podría esconder.
La segunda fase es fácil de identificar en mi, si sabes qué signos buscas:
- Me empiezo a tocar la cara. Me rasco los ojos.
- Entrecierro los ojos y frunzo el ceño.
- Hablo mucho menos. No se responder. Me cuesta entender.
- Miro rápidamente a la gente a mi alrededor.
- Me ausento. Si me llaman no respondo a la primera.
- Empiezo a pedir que me repitan lo que me dicen, porqué es como escuchar un cuchicheo en voz alta.
- Miro menos a los ojos.
Hoy en día he dejado de intentar enmascarar cuando estoy alterado. Muevo los dedos, me balanceo de lado a lado, me disculpo y me voy. No intento forzar mis expresiones faciales, ni ajustar mi lenguaje corporal. De lo contrario, estoy privando a mi cerebro de una válvula de escape. Hasta medianos de 2022, empezaba a disociar en la segunda fase. Ahora he aprendido a gestionarlo: salgo de la situación, hago ejercicios de respiración, y decido si puedo seguir o debo desmarcarme e irme a casa.
Durante la mayor parte del día, me sitúo entre la primera y la segunda fase. Hay días mejores y días peores. Si un día pide mucho de mi, a los siguientes seré más propenso a la sobrecarga.
Llorar me produce un gran alivio en cualquier fase, pero no puedo hacerlo por mi mismo. Debo sentirme seguro; usualmente lloro cuando me abrazan, una vez me he apartado de los estímulos.
La tercera fase es la del dolor. Los estímulos se vuelven insoportables; me faltan manos para taparme los ojos, los oídos, para abrazarme a mi mismo. Esta fase aun es recuperable, pero tengo que salir del lugar en muy pocos minutos, porque soy como una olla a presión.
Los viajes largos en tren, las comidas en restaurantes a hora punta y cualquier lugar concurrido los paso entre la segunda y la tercera fase.
En la tercera fase, la pequeña presión que tenia en el centro de la cabeza crece. De irritación pasa a agonía, como cuando te das un golpe muy fuerte, te sale un moratón, y te empiezas a pasar la mano por el moratón un día después. Siento un dolor que puedo describir como sordo, pero que va creciendo. No es tanto una migraña como un golpe en la rodilla, pero dentro de mi cabeza. Ojalá tuviéramos palabras para ello.
En esta fase estoy muy ausente, porque tengo una cacofonía de estímulos que se confunden entre ellos. Me cuesta mucho articular sonidos, se me quiebra la voz, entiendo frases cortas y no recuerdo lo que pasa de un momento a otro. Tengo la memoria a corto plazo muy afectada, aunque si me logro regular, puedo recordar a trozos.
La tercera fase puede llevar a dos sucesos: lo que seguramente conoces como meltdown y shutdown. Una vez la fase del dolor avanza lo suficiente, porque no he podido disminuir los estímulos que recibo, no hay vuelta atrás.
El meltdown es una explosión de emoción debida al sufrimiento. Como si alguien te da patadas en la espinilla sin parar, y al cabo de diez minutos solo existe tu espinilla, para mi no hay nada más que el dolor dentro de mi cabeza. En algunas situaciones me puedo dar golpes en la cabeza: mi cuerpo tiene algo dentro que tiene que salir, en mi cabeza, pero obviamente no sale. Durante unos minutos, mi cuerpo es mi prisión, y rabio de dolor.
De pequeño me autolesionaba, rascándome el antebrazo hasta sangrar, y seguía. Me lo dejaba como si me hubiera caído patinando en asfalto. El dolor era algo lejano, como un faro que me permitía centrarme en algo, pues era mayor la agonía que sentía por los estímulos, que cualquier dolor que yo mismo me pudiera infligir. Hoy por hoy, dos días después de un meltdown, aun me encuentro heridas en el cuerpo hechas con mis uñas. No noto el dolor, es un estimulo más, y todos duelen igual.
Los meltdowns me hacen sufrir, y me dejan exhausto por la tensión en mis músculos. Pero solo es eso, me quedo agotado, dolorido y triste durante varios días.
Los shutdowns me dan mucho más miedo, y por eso cuando se da el caso, me dejo ir, que se me lleve el dolor y entro en un meltdown, que es como cuando una olla a presión se pone a pitar. La alternativa es un estado disociativo que dura entre dos días y varias semanas.
Los shutdowns me pasan cuando tengo la certeza de que no voy a poder salir de una situación, o cuando es imperativo que haga algo mientras estoy en un entorno con muchos estímulos. Si se tiene que hacer, se hace, da igual el coste.
Durante un shutdown, me veo en tercera persona. Soy un ente, que controla mi cuerpo. La agonía en el centro de mi cabeza sigue existiendo durante horas, pero la ignoro, junto con todas mis emociones y sensaciones físicas. Me vuelvo torpe; si me tocan, estoy tenso como una piedra y no me dejo llevar. Tampoco recuerdo lo que me dicen, me cuesta hablar, pero puedo hacerlo. Tengo tono de voz neutro, y no hago expresiones faciales. No siento empatía, y me vuelvo cínico. No me vuelvo cruel, no hago daño a la gente, solo me retraigo en mi mismo y me quedo mirando al infinito.
Lo único que me ronda por la cabeza en este estado es que me quiero morir. Me vienen ideas, las sopeso. Quiero que se acabe, no le veo fin. Por eso me da tanto miedo estar así. Porque durante un shutdown, si me hiciera daño, me haría daño de verdad.
Este estado disociativo desaparece en cuestión de muchos días, incluso más de una semana. Los primeros días me despierto siendo una cosa, un ente, que controla un cuerpo. Es una existencia miserable, porque aunque la mañana siguiente ya no sienta la agonía física de la sobrecarga, me siento vacío. Sigo teniendo fantasías de suicidio.
Al principio, me pensaba que los shutdowns eran parte de la depresión: ese estado los días siguientes, durante cuya duración soy un despojo de persona. Si bien los antidepresivos me ayudaron a salir del pozo, fue la comprensión de este proceso que te explico lo que me salvó la vida, y me permitió crecer como persona, pues me permitió aprender a usar herramientas para evitar el dolor, a externalizar, y a educar a mi familia y amigos.
Si esto te ha ayudado a entender a una persona de tu entorno, por favor, comparte. Si eres autista, y tu experiencia difiere de lo que aquí comparto, estaría encantado de escuchar tus experiencias. Envíame un email!
Adri